Estando ya casi al borde de mi cansancio, paciencia y esperanza, los he visto, sí, cuando ya pensaba que no iba a poder disfrutar de esa manifestación: un nuevo cielo y una nueva tierra.
He visto la nueva generación, la última, la que lo renovará todo, conforme al poder de quien es todo lo que existe, al Rey del universo. A Él pertenece todo y todo tiene su consistencia en Él. Y Él ha enviado a sus mensajeros y les ha dado órdenes precisas y certeras sobre lo que habrá de venir y cómo será la transformación final. Para ello es preciso que ese cambio se opere en aquellos que aún andan indecisos, como entre dos aguas, y en vez de lanzarse a nadar y bucear tan sólo se contentan con estar a remojo, seguros en su mediocridad y comodidades.
El juicio último sólo le corresponde a Él, por eso nos ha pedido silencio a todos, como ya lo pidió en repetidas ocasiones cuando estuvo antes por aquí, hace tiempo. Que nos miremos antes de juzgar la situación. Que recordemos Su vida y Su palabra. Algunos lo saben y no lo tienen ya en cuenta, otros se han olvidado, e incluso hay quienes ponen en duda hasta su misma existencia y el cumplimiento de sus promesas. Pero ya ha sido anunciada Su Venida, y los que permanezcan con las luces encendidas, unos pocos que harán como de pista de aterrizaje a su llegada, Le recibirán con júbilo y alegría. Los demás, en su actitud necia y negligente se perderán lo mejor: estar preparados dignamente y acogerle como se merece.
Juan me ha ido contando todo esto y confío en su testimonio, porque se que es verdadero. Sabe de alturas y de profundidades más que muchos, más que casi todos, y me lo ha demostrado varias veces. Me ha dicho también que ese nuevo cielo y esa nueva tierra requieren una naturaleza renovada por una nueva humanidad. Y que esa sólo puede surgir en la esperanza activa del encuentro cotidiano con El que hace nuevas todas las cosas. ¡Qué alegría más grande que todo eso se cumpla!